Segundo día, rumbo al desierto de Zagora
A las 7 de la mañana bajamos puntuales para encontrarnos con el que a partir de hoy será nuestro guía durante dos días. Abdul es un hombre bastante simpático que habla castellano, aunque no del todo bien. Tras un desayuno sano (no intentéis probar los sucedáneos de charcutería de cerdo en los hoteles, realmente saben a plástico) nos subimos en el 4×4 y comenzamos nuestra nueva aventura.
Abdul va contándonos cosas a medida que pasamos por las afueras de Marrakech. Datos que curiosos como por ejemplo que tienen nada más y nada menos que 9 campos de golf. Otros más preocupantes como que a causa de la llegada masiva de franceses que compran riads para jubilarse y pasar sus últimos días en esta ciudad, viviendo a lo grande, el precio del metro cuadrado ha subido desorbitadamente, por lo que los propios marroquíes no pueden acceder a pagar una vivienda y tienen que optar por vivir lejos del núcleo urbano. Al parecer no sienten mucho amor por los franceses.
Abdul nos advierte de que el recorrido será largo, no obstante, merece totalmente la pena. Comenzamos el trayecto partiendo hacia Ouarzazate, cruzando el Atlas. Sus impresionantes montañas ya sorprenden desde el aire, así que a medida que te acercas sólo te queda disfrutar de sus dimensiones con la boca abierta. Subimos al puerto Tizi n`Tichka, de 2.260 metros de altura. Lo cierto es que las panorámicas desde allí son una verdadera delicia. El frío ya comienza a notarse, aun así paramos cada cierto tiempo para disfrutar de las privilegiadas vistas, hacer fotos y también ver los puestos de comerciantes que se reparten por todas las curvas del puerto de montaña. Es increíble pero hasta en la curva más peligrosa es posible encontrar a uno de estos simpáticos comerciantes enseñando su mercancía e intentando colarte algún recuerdo.
Además de las vistas, la subida y bajada del puerto nos sorprende con un montón de pueblos repartidos por los rincones más inhóspitos de las montañas. Pueblecitos bastante pobres, cuyos habitantes viven del campo y los animales. Casas que a simple vista parecen tercermundistas, realizadas en su inmensa mayoría con adobe, paja y piedras. Sin embargo, sigue sorprendiendo la visión de que en muchas de ellas hay parabólicas. Al parecer y según nos comenta Abdul, es un elemento imprescindible en toda casa, una parabólica y una nevera nunca puede faltar.
Nuestro guía nos cuenta que esos pueblos están habitados por los berebere. Familias enteras que tienen como único medio de transporte el 4×4 berebere, el burro. Abdul también nos cuenta que en la cultura berebere la mujer es quien realiza toda la faena de la casa, va a por el agua, cuida de los niños, se encarga de la casa y el campo entre otros menesteres. Mientras, el marido se dedica a la vida contemplativa y religiosa.
La visión de estos poblados es cuanto menos chocante. Hemos pasado de zonas con bastante poder adquisitivo, reflejado en grandes chalets, fincas lujosas, campos de golf por doquier etc. A una zona en la que la pobreza es absoluta.
Tras 200 kilómetros de viaje (no penséis que las carreteras son como las de Europa), llegamos a nuestra primera parada, la Kasbah de Ait Ben Haddou. Esta impresionante ciudad fortificada sorprende al turista a lo lejos, separada de la parte nueva de la ciudad por un pequeño riachuelo de agua salada, ya que pasa por unas antiguas minas de sal.
Actualmente es Patrimonio de la Humanidad, y ha sido usada frecuentemente como escenario en diversas películas como Gladiator, el Reino de los Cielos, el Príncipe de Persia y un largo número de filmaciones.
A la entrada de la parte nueva nos espera nuestro guía local, el cual se encargará de llevarnos a la Kasbah y enseñarnos todos sus secretos. Comenzamos cruzando ese pequeño río salado a través de un montón de piedras y sacos afinados en el agua. Mientras nos acercamos, nuestro guía nos comenta que en la vieja Kasbah tan sólo viven 8 familias, ya que la gente ha decidido irse a la parte más nueva, la que está junto a la carretera y cuenta con mayores comodidades. No obstante, la Unesco ha puesto un puente que une la vieja Kasbah con la parte nueva, de esa forma se pretende ayudar a que se mantenga bien este precioso elemento del desierto.
El olor es bastante fuerte, y a pesar de que estamos a principios de marzo, el calor es sofocante, aproximadamente unos 32 grados. Recorremos con el guía la Kasbah, descubriendo que sus calles son bastante empinadas, y que cuentan además con un espacio reducido para pasar. Al subir los interminables escalones uno puede sentirse como si estuviera en una película de esas que hablaban del desierto, esas películas que muestran los típicos pueblos marroquíes, películas que seguramente están rodadas aquí en esta impresionante Kasbah.
Tras una excelente comida típica en un restaurante del pueblo nuevo, nos ponemos nuevamente en marcha dirección Zagora. Como hemos realizado bastante paradas para tomar fotos del paisaje estamos un poco mal de tiempo, así que Abdul nos sugiere que no paremos en el Valle de Draâ y su palmeral y lo pospongamos a la vuelta. Evidentemente le hacemos caso, así pues llegamos aproximadamente a las 6:30 de la tarde a Zagora, donde nos espera nuestro camellero para guiarnos en nuestro paseo en camello disfrutando de una impresionante puesta de sol.
Este momento ha sido increíble. A medida que nos íbamos adentrando en el desierto la noche caía sobre nosotros. El cielo se ha pintado de estrellas en un momento y ha dejado paso a la luna, la cual nos ha guiado el resto del camino hasta el campamento berebere. A pesar de la impresionante luz que se podía recibir de este despejado cielo, lo cierto es que a la llegada al campamento uno no es consciente de donde está.
Una vez en el campamento hemos disfrutado de una cena típica compuesta por una crema de verduras, un tajin de pollo con verduras y naranja de postre, todo ello regado con lo que según nuestro camellero Mohamed era el “Whisky berebere”, té de menta. Después de la encantadora cena en la haima central, llena de alfombras y cojines por doquier, hemos salido fuera para disfrutar de los cánticos bereberes así como de sus danzas.
Después de un buen rato contemplando las estrellas al son de los tambores decidimos acostarnos en nuestra haima, ya que hay que disfrutar de la salida del sol a las 6 de la mañana.
Aquí tenéis el diario de mi viaje por Marruecos
- Día 1: Primer día en Marrakech
- Día 2:Desierto de Zagora
- Día 3: De las dunas de Zagora a Marrakech
- Día 4: Compras en el zoco de Marrakech
También podéis ver las fotos que tomé:

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